PEPITO ONÍAS
En lo más alto de una montaña vivía Pepito Onías, lleno de deseos
por cumplir su mayor sueño, llegar a la mejor academia de karate de la ciudad,
pero su situación económica no acompañaba sus anhelos. Pasaron varios meses y
Pepito siempre pedía al cielo una oportunidad para entrenar el deporte que más
le gustaba.
Con el trascurso del tiempo llego el día de su cumpleaños y no
pidió ningún regalo, a pesar de eso, su madre insistió en darle un presente y
aunque no era el regalo más grande sabía que era muy especial por que iba con
todo el amor a su hijo pero su madre desconocía lo que tanto deseaba Pepito.
Y así el 13 de junio, al momento de soplar las velas del pastel
que su madre le preparo, Pepito cerró sus ojos y sabía que desde el cielo su
padre sería cómplice para llegar a cumplir su sueño y sin dudarlo apago el
fuego de aquellas velas.
Transcurrió varios días y por fin Pepito llego a la ciudad en
busca de la academia con la dirección en mano no dudo en averiguar sus calles
exactas, cansado de tanto caminar, supo que valió la pena aquella tarde de sol
intenso, gracias a su esfuerzo por caminar varias cuadras encontró la academia
de karate que tanto lo soñaba e imaginaba en su mente como seria; su pecho
simplemente reventaba de emoción al observar el entrenamiento y escuchar los
gritos de campeones del país, Fernando, uno de los mejores karatecas se dio
cuenta de su presencia y la atención que prestaba al verlos entrenar, al
terminar el horario, corrió hacia Pepito, alcanzándole le preguntó porque se
había quedado parado observándolos durante dos horas y sin presentar cansancio
alguno y fue en ese momento que Pepito lo invito a sentarse en el parque de la
esquina y poder con tranquilidad contarle su historia, los minutos pasaron
convirtiéndose en horas y aquellos muchachos muy aparte de estar cansados
intercambiaron experiencias que a cada uno lo enriqueció, pero de algo que
Fernando estaba totalmente seguro era del amor que reflejaba la mirada de
Pepito al ver su karategui, la noche los acompañó por algunos instantes y sin
darse cuenta de lo lejos que se encontraba Pepito era el niño más agradecido
del mundo, aquella tarde no la olvidaría jamás.
El fin de año llego a pasos agigantados, el tiempo corrió y los
estudios de Pepito iban mejorando, su madre estaba muy orgullosa de él y como
era de esperarse las Fiestas de Quito se hicieron presente; ocupado alistando
su traje negro para el desfile con su Quiteña bonita, recordaba el gran
entrenamiento que pudo observar meses atrás y manteniendo su fe, sabría que
llegaría el día en el que estaría alistando su kartegui para competir por su
país, por llevar el nombre de Ecuador a lo más alto y que todo el mundo sepa de
Pepito Onías.
El último desfile de las Fiestas de Quito llegó el 6 de diciembre
y al termino de estas actividades empezó las de Navidad, el tiempo pasaba tan
rápido y a Pepito como a todo niño le llamaba tanto la atención de los
monigotes de año viejo y a pesar de todas las cábalas que se escuchaba el tenia
su deseo bien firme y no poner atención a frases o acciones que para él no
significaba nada.
Pepito extrañaba tanto a su Papá, pero siempre tenía presente que
esta junto a Dios y que nunca lo dejaba solo, su inocencia nunca desapareció y
desde muy pequeño creía que todo lo que volaba llegaba a Dios y ahora a su padre,
sabía que el quemar un monigote para todos representaba lo malo del año que
terminaba pero para él era todo lo contrario, en su muñeco de papel depositaba
todos sus deseos, para que aquellas cenizas que volarían a lo más alto estén
cargadas de lo que tanto su corazón anhelaba.
Y así el 31 de diciembre llegó y Pepito tan temprano por la mañana
empezó a preparar su monigote, no tenía muchos materiales para hacerlo pero de
lo que estaba muy seguro era en realizar un karategui para su muñeco y enseñar
a todas las personas como él quería verse a futuro.
Buscando tanto, en cartones guardados por su mamá hace años logró
encontrar chaquetas y pantalones que ya no utilizaban, pero aquellas telas
blancas de pantalones y cortinas fueron perfectos para su monigote y entre
tantos colores, Pepito solo quería dos: el blanco y el negro; tan
representativos para el por el uniforme de un karateca y el color del cinturón más
alto en alcanzar.
Para Pepito Onías, el blanco representaba la tranquilidad, la
pureza de su corazón y la luz de su padre que siempre lo iluminaba y todo lo
contrario era el negro, él no lo tomaba como el color más duro o de soledad;
sino como el reflejo a todo el esfuerzo y sacrificio que se realiza al entrenar
karate y entregar todo en un tatami sea entrenando o compitiendo y a lo más
alto es donde deseaba estar Pepito.
Casi media noche y todos listos para quemar el monigote y el
abrazo a sus familiares, caminando de un lado a otro todos sus vecinos
prendiendo fuego y dando correazos al muñeco que les llevo horas y tal vez días
realizarlo en el se llevaba todo lo negativo pero acepción del monigote de
Pepìto tan bien realizado y caracterizado por él, le prendía fuego pero en cada
ceniza que se elevaba al cielo era la fuerza de su corazón quien pedía llegar a
su meta.
Un nuevo año llego, el primer día y con pie firme Pepito se
despertaba en busca de su sueño, con la bendición de Dios y de su padre estaba
totalmente seguro que el haber cambiado las costumbres seria un punto a su
favor......