lunes, 29 de diciembre de 2014


PEPITO ONÍAS

En lo más alto de una montaña vivía Pepito Onías, lleno de deseos por cumplir su mayor sueño, llegar a la mejor academia de karate de la ciudad, pero su situación económica no acompañaba sus anhelos. Pasaron varios meses y Pepito siempre pedía al cielo una oportunidad para entrenar el deporte que más le gustaba.

Con el trascurso del tiempo llego el día de su cumpleaños y no pidió ningún regalo, a pesar de eso, su madre insistió en darle un presente y aunque no era el regalo más grande sabía que era muy especial por que iba con todo el amor a su hijo pero su madre desconocía lo que tanto deseaba Pepito.

Y así el 13 de junio, al momento de soplar las velas del pastel que su madre le preparo, Pepito cerró sus ojos y sabía que desde el cielo su padre sería cómplice para llegar a cumplir su sueño y sin dudarlo apago el fuego de aquellas velas.

Transcurrió varios días y por fin Pepito llego a la ciudad en busca de la academia con la dirección en mano no dudo en averiguar sus calles exactas, cansado de tanto caminar, supo que valió la pena aquella tarde de sol intenso, gracias a su esfuerzo por caminar varias cuadras encontró la academia de karate que tanto lo soñaba e imaginaba en su mente como seria; su pecho simplemente reventaba de emoción al observar el entrenamiento y escuchar los gritos de campeones del país, Fernando, uno de los mejores karatecas se dio cuenta de su presencia y la atención que prestaba al verlos entrenar, al terminar el horario, corrió hacia Pepito, alcanzándole le preguntó porque se había quedado parado observándolos durante dos horas y sin presentar cansancio alguno y fue en ese momento que Pepito lo invito a sentarse en el parque de la esquina y poder con tranquilidad contarle su historia, los minutos pasaron convirtiéndose en horas y aquellos muchachos muy aparte de estar cansados intercambiaron experiencias que a cada uno lo enriqueció, pero de algo que Fernando estaba totalmente seguro era del amor que reflejaba la mirada de Pepito al ver su karategui, la noche los acompañó por algunos instantes y sin darse cuenta de lo lejos que se encontraba Pepito era el niño más agradecido del mundo, aquella tarde no la olvidaría jamás.

El fin de año llego a pasos agigantados, el tiempo corrió y los estudios de Pepito iban mejorando, su madre estaba muy orgullosa de él y como era de esperarse las Fiestas de Quito se hicieron presente; ocupado alistando su traje negro para el desfile con su Quiteña bonita, recordaba el gran entrenamiento que pudo observar meses atrás y manteniendo su fe, sabría que llegaría el día en el que estaría alistando su kartegui para competir por su país, por llevar el nombre de Ecuador a lo más alto y que todo el mundo sepa de Pepito Onías. 

El último desfile de las Fiestas de Quito llegó el 6 de diciembre y al termino de estas actividades empezó las de Navidad, el tiempo pasaba tan rápido y a Pepito como a todo niño le llamaba tanto la atención de los monigotes de año viejo y a pesar de todas las cábalas que se escuchaba el tenia su deseo bien firme y no poner atención a frases o acciones que para él no significaba nada.
Pepito extrañaba tanto a su Papá, pero siempre tenía presente que esta junto a Dios y que nunca lo dejaba solo, su inocencia nunca desapareció y desde muy pequeño creía que todo lo que volaba llegaba a Dios y ahora a su padre, sabía que el quemar un monigote para todos representaba lo malo del año que terminaba pero para él era todo lo contrario, en su muñeco de papel depositaba todos sus deseos, para que aquellas cenizas que volarían a lo más alto estén cargadas de lo que tanto su corazón anhelaba. 

Y así el 31 de diciembre llegó y Pepito tan temprano por la mañana empezó a preparar su monigote, no tenía muchos materiales para hacerlo pero de lo que estaba muy seguro era en realizar un karategui para su muñeco y enseñar a todas las personas como él quería verse a futuro.
Buscando tanto, en cartones guardados por su mamá hace años logró encontrar chaquetas y pantalones que ya no utilizaban, pero aquellas telas blancas de pantalones y cortinas fueron perfectos para su monigote y entre tantos colores, Pepito solo quería dos: el blanco y el negro; tan representativos para el por el uniforme de un karateca y el color del cinturón más alto en alcanzar.

Para Pepito Onías, el blanco representaba la tranquilidad, la pureza de su corazón y la luz de su padre que siempre lo iluminaba y todo lo contrario era el negro, él no lo tomaba como el color más duro o de soledad; sino como el reflejo a todo el esfuerzo y sacrificio que se realiza al entrenar karate y entregar todo en un tatami sea entrenando o compitiendo y a lo más alto es donde deseaba estar Pepito.

Casi media noche y todos listos para quemar el monigote y el abrazo a sus familiares, caminando de un lado a otro todos sus vecinos prendiendo fuego y dando correazos al muñeco que les llevo horas y tal vez días realizarlo en el se llevaba todo lo negativo pero acepción del monigote de Pepìto tan bien realizado y caracterizado por él, le prendía fuego pero en cada ceniza que se elevaba al cielo era la fuerza de su corazón quien pedía llegar a su meta.  


Un nuevo año llego, el primer día y con pie firme Pepito se despertaba en busca de su sueño, con la bendición de Dios y de su padre estaba totalmente seguro que el haber cambiado las costumbres seria un punto a su favor......

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